sábado, 8 de junho de 2024

A REGRA DOS DEVERES

 

LA REGLA DE LOS DEBERES

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LA REGLA DE LOS DEBERES

Hace poco, con motivo del ascenso del monasterio benedictino de Nursia al rango de abadía, comentamos algunas partes de la Regla de san Benito, que la podemos bautizar “norma de los deberes”.

El punto de partida vale para todos los hombres: debes porque eres. Al natalicio todos nacemos con deberes: hacia Dios, hacia los padres, hacia la patria, hacia todos aquellos destinatarios del culto de dulía, regido por la virtud de la observancia, que son principio de bienes comunes.

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En nuestros días un gran error en el punto de partida es considerar que nacemos con una colección de derechos, porque primero se encuentran los deberes y desde allí, nacen los derechos

Pero, el lenguaje moderno, antropocéntrico y soberbio, contribuye a confundirnos. La Regla evita esas confusiones. Sin embargo, debemos aclarar que está dictada para los monjes y que no es una receta para todos los hombres y sus sociedades, incluida la política. La historia de la Iglesia es maestra en intentos fracasados y el primer intento fallido aparece con la comunidad cristiana de Jerusalén que tenía comunidad de bienes y daba a “cada uno según sus necesidades” y acabó fundida, porque no era una receta universal. Lo que es para todos es el “espíritu” de  esa comunidad y de la Regla benedictina.

Con estos recaudos quiero compartir con los lectores una joya, que es el editorial del boletín “Los amigos del monasterio” escrito por el abad fray Louis-Marie O.S.B. quien se pregunta ¿El monje tiene derechos? Siempre recordamos con gratitud esa Semana Santa vivida en la abadía Santa Magdalena de Le Barroux, a su cargo, junto a mis amigos Miguel Ayuso y el “Mudo” Díaz Nieva, hoy residente en Chile, atado por dulces lazos conyugales.

Comienza el editorial con una advertencia: No busquéis en la Regla la expresión “derechos del hombre”, no la encontraréis. Los monjes, entonces ¿no tienen ningún derecho? Formulado así, ninguno… solo tiene el derecho de señalar al superior que la orden dada supera sus posibilidades. 

Pero para comprender el pensamiento de San Benito, la bella armonía que él quiere hacer reinar en el claustro, tomemos algunos ejemplos.

 El monje ¿tiene derecho de poseer un lápiz, papel y toda otra cosa indispensable a su vida contemplativa? Parece que sí, porque san Benito juzga esos objetos indispensables, pero, no dice en forma explícita que el monje “tiene el derecho” de tenerlos para usarlos, dice que el abad “tiene el deber” de dárselos. 


Otro ejemplo: el abad ¿tiene el derecho de ser obedecido por los monjes? En ninguna parte en la Regla encontraremos este derecho expresado en forma tan directa. No, san Benito entiende simplemente que los monjes tienen el deber de obedecer a su superior.

Los monjes ¿tienen derecho de guardar su rango en la comunidad y el derecho de recibir el mismo afecto de parte del abad? San Benito no dice eso, pero dice que el superior tiene el deber de no trastornar el orden sin razón y sobre todo, de no hacer acepción de personas. San Benito insiste sobre los deberes mutuos y no sobre los derechos.

Esto parece todo igual porque al fin los monjes tienen su lápiz, el padre abad es obedecido y el orden es respetado. Pero no es del todo igual, porque el espíritu es diferente y en las antípodas en una y otra fórmula. Una, insistiendo sobre los deberes, favorece la caridad; la otra, insistiendo sobre los derechos, favorece el egoísmo. Es finalmente la diferencia entre la ciudad de Dios, o el amor de Dios y de los otros hasta el odio de sí y la ciudad del diablo, donde el amor de sí va hasta el odio de Dios y de los otros.

Es una de las razones por las cuales san Benito destierra toda murmuración en comunidad. En efecto, las murmuraciones son a menudo debidas a la reivindicación de derechos. Ya, al comienzo de la Regla, él se burla de esos pretendidos monjes que declaran santo todo aquello que desean. El monje no debe jamás reclamar para él sea lo que sea, porque aquello que expresa bien el alma del monje se eleva hacia Dios, pensando no en sus derechos sino en sus deberes.

 Es lo mismo para las familias. San Pablo recuerda no los derechos de los esposos, sino sus deberes mutuos…

Y esto vale para las empresas. A las entrevistas de reclutamiento se presentan jóvenes con un legajo conteniendo innumerables derechos…

Podemos aplicarlo a la prensa. Si la regla suprema es “el derecho de saber”, ¿cómo sorprenderse de tanta falta del deber de caridad y del respeto del honor de cada uno?

Pero lo peor es que desde la ley permisiva del aborto, evaluado como un derecho fundamental de la mujer, el espíritu de la sociedad ha pasado del deber de los padres a un derecho al niño. Es diabólico.

Tenemos el ejemplo y la gracia de Jesucristo, quien no ha reclamado el derecho de ser tratado en igualdad con Dios, sino que ha cumplido su deber hasta el fin. Imitémosle.

Hasta aquí el artículo, que muestra la formación teológica y filosófica de esos monjes de estricta observancia, que hoy en Francia se multiplican, con la bendición de Dios.  

Buenos Aires, junio 7 de 2024.                                                                Bernardino Montejano

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