segunda-feira, 7 de abril de 2025

La mejor arma para la batalla: la educación en las virtudes de la Caballería (III)

 

La mejor arma para la batalla: la educación en las virtudes de la Caballería (III)

                              «Ruslán y Liudmila». Nikolai Kochergin (1897-1974). 

       

     

            

«El vivir qu’es perdurable
Non se gana con estados mundanales,
Ni con vida delectable
Donde moran los pecados infernales;
mas los buenos religiosos gánanlo
con oraciones e con lloros;
Los caballeros famosos,
Con trabajos e aflicciones
contra moros».

Jorge Manrique. Coplas a la muerte de su padre

       

            

      

Esta tercera entrega, en esa exploración que estamos llevando a cabo del muestrario literario de los héroes caballerescos, y de la interacción en ellos de dos de sus características más señaladas, como son la ferocidad y la mansedumbre, nos acercará a la literatura medieval, dejando para una cuarta y última entrega algunos ejemplos más cercanos en el tiempo, que encontraremos en la literatura del siglo XX.

  
EL CID

 

En nuestra patria el mayor de los romances caballerescos, Cantar de mío Cid, es un magnífico ejemplo.

El Cid es un gran guerrero, a la vez bravo y manso; como se decía en una crónica medieval, hablamos del «muy esclarescido en virtudes e esforçado en fechos de armas e bienaventurado en batallas, don Rodrigo de Bivar, que fue llamado el Cid Campeador». Como veremos, esta bravura suya salva a su mansedumbre de caer en la pusilanimidad; y, recíprocamente, su mansedumbre salva a su bravura de la crueldad. Ello se muestra claramente en el incidente conocido como «la afrenta de Corpes», donde el caballero sufre una de sus peores desgracias: sus amadas hijas son deshonradas, humilladas y maltratadas por aquellos que habían jurado protegerlas, sus esposos, los infantes de Carrión, y todo por venganza contra él.

Si prestamos atención al episodio, lo primero que debe llamarnos la atención es la mesura y prudencia de que hace gala el Cid al conocer la terrible noticia:

«Una grand ora pensó e comidió,
alçó la su mano, a la barba se tomó:
–¡Grado a Christus, que del mundo es señor,
cuando tal ondra me an dada los ifantes de Carrión!
¡Par aquesta barba que nadi non messó,
non la lograrán los ifantes de Carrión,
que a mis fijas bien las casaré yo!»

El paladín cristiano no reacciona visceralmente, sino que se demora, ordenando sus pensamientos y dominando su pasión («Una grand ora pensó e comidió»), lo que evidencia su gran templanza y comedimiento.

Además, como padre ofendido, el buen caballero Cid Ruy Díaz no se venga personalmente, aun pudiendo hacerlo; por el contrario, guardando el orden público, acude a su Rey. Lo hace para luchar por la justicia sin desenvainar su espada, solo con la verdad. Solicita el amparo del rey y respeta su autoridad, pues es a él a quien está reservado impartir justicia. De esta manera, el Cid garantiza el orden social y pone el bien común por encima de dar satisfacción a su deseo personal de venganza, de apagar su ira (justa, pero imprudente). Y ello, a pesar de la incertidumbre que sobrevuela como una sombra oscura sobre la decisión, pues sabe bien que está en manos de otro determinar aquello que es justo.

Para realizar todo ello, sin duda alguna, hace falta valor, dominio de si, determinación y voluntad. Y también confianza y fe. Y todo ello lo atesora en abundancia el caballero protagonista.

  

SIR GERAINT

 

Viajando a la Bretaña ensoñada, a los bosques de Brocelandia, a la isla de Lyonesse y al castillo de Camelot —la tierra envuelta en brumas y leyendas, que sobrevuela la Bretagne francesa y su gemela, Brittany, del otro lado del canal—, la Vulgata artúrica nos ofrece muchos otros ejemplos. Tomemos uno de ellos, tal cual es la historia de sir Geraint, contenida en el poema narrativo de Alfred Tennyson, inspirado en la leyenda de Arturo y sus caballeros, Los idilios del rey.

Cuando el caballero inglés es abierta e innecesariamente provocado, faltándose a su respeto por un hombre insignificante, su mano se acerca a su espada. Pero Geraint se detiene, lo que, según Tennyson, se debe a su «extrema hombría», que le hace abstenerse «incluso de una palabra».

«Pero él, por su extrema hombría
y pura nobleza de temperamento,
Enojado por enojarse con tal gusano, se abstuvo
Incluso de una palabra».

Así, es la virtud de la mansedumbre la que permite a Geraint detenerse y controlar su ira, justa pero inconveniente, sabiendo que tal pelea no merece ni su tiempo ni su energía.

El poema continúa relatando que Geraint es recompensado más adelante por esa mansedumbre. El acto de controlar su ira pone en marcha los acontecimientos que conducirán a su encuentro con una hermosa joven de una familia noble pero caída a menos, llamada Enid, quien necesita desesperadamente un campeón que luche en su favor. He ahí una causa noble en la que Geraint puede poner al servicio de la justicia su ferocidad y su justa ira.

Enid terminará convirtiéndose en la mejor esposa que un hombre pueda desear, y Geraint nunca la habría conocido si se hubiera complacido en dar su merecido a su ofensor.

  

SIR GAWAIN

 

Otro magnífico ejemplo extraído de las leyendas artúricas es Sir Gawain y el caballero verde, un poema medieval de autor desconocido, situado en el siglo XIV. La historia comienza en la mañana víspera del año nuevo, cuando un misterioso caballero de verde llega a la corte del rey Arturo y emite un extraño desafío: permitirá que cualquier caballero le decapite, golpeándolo una vez con su larga y afilada hacha, siempre que se le permita devolver el golpe al año siguiente. Solo sir Gawain responde al reto, pero, como nos dice Tolkien en un famoso prólogo a la obra:

«[Gawain] no se ha involucrado en semejante peligro a causa de su espíritu de nobleza, ni por alguna fantástica costumbre o promesa hecha por vanagloria, ni por orgullo o afán de convertirse en el mejor caballero de su Orden; ni por (…) una mera cuestión de testarudez, o que implicase que arriesgaba su vida por un motivo insuficiente. (…) Gawain se ve envuelto en ello a causa de la humildad, para él es una cuestión de honor: ha de defender a su soberano y pariente».

Aunque, ¿sabe realmente nuestro héroe a qué se expone con tan valiente gesto?

Sir Gawain es uno de los caballeros de la corte de Arturo. De hecho, es su sobrino, un guerrero cortés, noble y valiente, paradigma de perfecciones. Gawain también es un servidor de Nuestra Señora, representada en el interior de su escudo por un pentáculo que simboliza sus cinco Gozos y las cinco llagas de Cristo. Este emblema también nos alude a la quíntuple perfección del héroe: en liberalidad, bondad, castidad, cortesía y piedad. Una piedad y castidad que, por cierto, serán puestas a prueba en la historia.

Junto a la belleza del texto, la obra nos ofrece una historia ejemplarizante e instructiva, en la que el idealismo de la caballería se entrelaza con la moral cristiana. Podemos decir que la tentación de Gawain no es heroica, en el sentido que hasta entonces tenía el término, sino moral. Sir Gawain demuestra su masculinidad al evitar el adulterio, en contraste con otro famoso caballero artúrico, compañero de la Tabla Redonda, Sir Lancelot.

El poeta anónimo nos muestra con la historia de sir Gawain dos grandes enseñanzas: que, si, arrepentidos y humildes, confesamos nuestras faltas y somos absueltos, podemos enfrentar la muerte, con la conciencia limpia y sumisos a la voluntad divina, con temerosa esperanza y confiando en la justicia y misericordia de Dios, tal como hace Gawain en su camino hacia su encuentro final con el caballero verde; y que, por muy virtuoso y capaz que parezca un hombre, no es más que eso: un hombre, por lo tanto, no hay hombre que pueda, por sí solo, superar todos los lances y tentaciones mundanas. Como Frodo Bolson, nuestro virtuoso caballero emprende con reticente coraje (y no por vanagloria, ni fama, ni por imprudencia irreflexiva) una búsqueda dificultosa con un desenlace, muy probablemente, mortal. Y, como Frodo, fracasa al final, aunque su fracaso –muestra de su humanidad– es engañoso, pues le abre las puertas a su destino celestial.

Gawain es uno de los mejores héroes literarios, tanto por su valor como por su fracaso. Casto en la carne, pero infiel en el corazón, humilde luchador ante el pecado, forcejea con el orgullo y la lujuria para, tras ponerse en manos de Dios, volver a Camelot con una pequeña cicatriz en el cuello que, como el dedo perdido de Frodo, le muestra para siempre la naturaleza imperfecta de todo ser humano y los límites que demarcan su propia existencia.

Tolkien remata su prólogo a la obra de esta manera:

«El más noble de los caballeros de la más alta orden de Caballería rechaza el adulterio, ubica el odio por el pecado como último recurso por encima de los demás motivos, y escapa de una tentación que lo ataca bajo el disfraz de la cortesía, por la gracia obtenida de la oración». ¿Qué más podemos pedir como ejemplo para nuestros hijos?

  

RUSLÁN

 

Uno de los primeros poemas narrativos escritos por Pushkin fue Ruslán y Liudmila, donde, inspirándose en una vieja leyenda popular, el genio ruso nos relata las aventuras de un boyardo en la Rus de Kiev a mediados del siglo X. El poema es una simbiosis de un cuento de hadas y una novela de caballerías, recreando el clásico camino del héroe, en el que el honor y la lucha contra el mal se entremezclan con una historia de amor.

Ruslán, el caballero protagonista, se enfrenta a muchas y duras pruebas para intentar rescatar a su futura esposa, Liudmila, hija del Gran Príncipe Vladimir de Kiev, de las garras del malvado mago Chernomor.

Ruslán representa una clara muestra de la confluencia benéfica de la ira y la mansedumbre que venimos comentando. En un encuentro perturbador entre el héroe y una gigantesca y terrorífica cabeza humana, la victoria del caballero no proviene de su fuerza ni de su espada, sino de su compasión. Así lo describe Pushkin:

«Y bajó silenciosamente la espada,
En él, la ira feroz muere,
Y la violenta venganza perece
En el alma, sometida por la oración:
Así es como el hielo se derrite en el valle,
Golpeado por el rayo del mediodía».

Como es sabido, la imagen más pura del caballero cristiano es la medieval. En ella encontramos su más elaborada expresión, siendo afortunadamente numerosísimos los ejemplos. Los cuatro que he escogido, el Cid, sir Geraint, sir Gawain y Ruslán, son solo una limitada muestra, pero ponen de manifiesto la importancia de la mansedumbre, la caridad y la templanza en la configuración de la figura caballeresca cristiana, como elementos decisivos para garantizar la justicia y el orden, a los que el caballero está destinado a servir.

En la próxima entrada veremos si algo de este espíritu caballeresco, aunque solo sea un poco, puede ser hallado en la literatura moderna.

sexta-feira, 4 de abril de 2025

Message fraternel de Mgr Philippe Christory - Bispo de Chartres

 

Message fraternel de Mgr Philippe Christory

Avec Jésus, n’est-ce pas le temps du réveil ?

Message #324 du vendredi 4 avril 2025

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Un jeune participant à la retraite des fiancés du diocèse de Chartres, quand il n'est pas d'âge pour prier le chapelet !


C’est le mois d’avril, le printemps est là avec les heures d’été et les longues soirées lumineuses. Nous pourrions nous assoupir spirituellement, or ce n’est pas le moment de fléchir. Sommes-nous prêts à accueillir Jésus ressuscité à Pâques ? Nos décisions prises pour ce carême, les tenons-nous ? Jésus se plaint du sommeil des apôtres : « vous n’avez pas eu la force de veiller seulement une heure avec moi ? » (Mt 26,40) Pourquoi leur faire ce reproche ? Car, dit-il, « l’esprit est ardent, mais la chair est faible ». Heureusement, nous avons encore de belles journées devant nous avant Pâques pour aimer et servir. Car il s’agit bien de cela : prier, jeûner et partager en vue de répandre la civilisation de l’amour, guidés par la lumière de l’évangile. Reprenons-nous, il n’est pas trop tard pour faire un grand ménage extérieur et intérieur de la maison. Dépoussiérons ce qui est resté inchangé. Par exemple, accueillons la miséricorde divine dans le sacrement de la réconciliation. Préparons-nous à vivre la fête de Pâques en suppliant Dieu afin de recevoir sa grâce pleinement. Comprenons que le don de l’Esprit Saint est tellement plus grand que ce notre imagination imagine. En effet, ce don consiste à recevoir Dieu lui-même, celui qui a créé ce monde, pas moins, puisqu’en Lui toute création est un acte d’amour, une communication de son être qui est amour. Rappelons-nous de la parabole du fils prodigue proclamée dimanche dernier à la messe. Le fils prodigue nous représente avec notre fragilité et notre médiocrité. Dieu est dans le visage de ce vieux père qui a partagé ses biens. Il a accédé à la demande exigeante de son fils cadet qui désirait prendre la route et affirmer son indépendance. Mais pour quel gâchis ? Tout ce bien durement acquis par des décennies de travail fut perdu dans le jeu et les relations impures avec des femmes. Alors ce fils est revenu, triste et détruit, déshonoré mais encore habité par un faible espoir, celui de devenir ouvrier de son père pour avoir une paillasse et un peu de pitance. Il s’est mis en route vers la maison paternelle, crotté et affamé. 

 

Or ce Père l’accueille en l’embrassant, chaque jour il l’a guetté de ses yeux fatigués. Son cœur cultivait la certitude que le fruit de sa chair reviendrait à la maison et, qu’importe son état physique et son péché, son cœur demeurait ouvert pour lui, le fils toujours aimé. Quelle merveilleuse charité ! Dieu est ainsi pour celui qui se retourne vers Lui après avoir erré si loin de Lui. Cependant, quelle est notre perception de ce Dieu-Père ? Avons-nous la moindre idée de ce qu’est l’amour infini de Dieu ? Nous sommes tellement tentés de nous fabriquer un petit dieu à notre mesure qui ne nous condamne pas lorsque nous le quittons et le rejetons. Un dieu qui apporte des solutions à nos problèmes matériels. Un dieu qui aide mais qui ne demande pas de changer de vie pour Lui. Alors nous prenons le risque d’en faire une idole, un faux dieu loin de ce qu’il est en vérité ! Penser que nous le connaissons est absurde. Aucun mot ne cerne sa nature divine, aucun texte ne peut le décrire tant il est au-delà de tout, infini et indéfinissable. Même lorsque saint Jean dit que Dieu est Amour, nous sommes incapables de comprendre ce propos puisque nous projetons sur Dieu nos perceptions fondées sur notre expérience de l’amour humain, expérience limitée et parfois si blessante. Tant de personnes pourtant religieuses veulent ramener Dieu à leur concept de Dieu. Mais alors ce n’est plus Dieu. Même les musulmans qui égrènent 99 noms de Dieu ne peuvent dire qui il est, et le mot amour n’est pas dans la liste. Notre vocabulaire, si riche pourtant, ne permet pas la compréhension de son être. Heureusement nous pouvons dire qu’il est vivant et qu’il nous aime. Il nous a connu et aimé bien avant que nous soyons conçu dans le sein maternel. 

 

Comment approcher Dieu dans ce temps de carême pour vivre de sa Parole ? Jésus est Dieu fait homme et par son humanité, dont nous avons une connaissance partielle dans les évangiles, nous comprenons un peu la nature de Dieu. En priant en silence, « l’Esprit de Dieu vient au secours de notre faiblesse » (Rm 8,26), dit saint Paul; alors nous recevons peu à peu, par notre fidélité vécue au long des années qui passent, une intuition de son amour pour nous. Il faudrait plus qu’une vie pour saisir une partie de cela. Nos sens peuvent parfois vibrer, mais ils ne nous apprennent pas encore ce que Dieu est. Il EST, tout simplement et, par Jésus, il a promis de demeurer avec nous, aussi en ces jours de carême nous nous tournons vers lui en l’invoquant humblement. Dans la prière, quand nous lisons un passage de l’évangile, nous pouvons nous figurer la scène, nous représenter mentalement les personnages, entendre les mots de Jésus attentif aux besoins des auditeurs. Cela peut nous toucher et nous permettre de nous identifier, en imaginant que nous sommes un des protagonistes de ces rencontres. Par le partage communautaire de la Parole, persévérons ensemble au sein de nos communautés dans cette écoute priante. Ne craignons pas ces jours de sécheresse où nos sens ne perçoivent rien. Dans ces situations, demeurons en sa présence en lui parlant intimement. Les psaumes nous sont d’un grand secours, ils nous aident à nous maintenir dans cet état de grâce. 

 

Quand vous recevrez ce message, en ce vendredi matin, je serai à Lourdes pour l’assemblée printanière des évêques de France. Revenir dans ce lieu béni qui vit la rencontre de la Vierge Marie et de sainte Bernadette apporte une joie spirituelle profonde soutenue par la présence de la foule des gens simples, parfois pauvres en humanité et souvent malades. Autour d’eux, se dévouent des bénévoles merveilleux qui les assistent, les nourrissent, les promènent jusqu’à la grotte de Massabielle, prient le chapelet et assistent à la messe. Il se vit une humanité authentique, concentrée et reliée dans un amour partagé et débordant. Qui vient à Lourdes quelques jours ne peut pas en repartir inchangé, ou alors c’est que son cœur est demeuré fermé. Je suis ébahi par le rassemblement du fraternel des lycéens qui se tiendra du 12 au 17 avril, proposant à plus de 10 000 lycéens d’Île-de-France de prier, de louer Dieu, de partager, d’écouter la Parole, de vivre sous le regard de Jésus-Christ des moments fraternels. Ce sera le plus grand groupe d’adolescents chrétiens en France. Je découvre que diverses provinces ecclésiastiques de France initient de telles rencontres car la demande est bien là. À Chartres, pour le moment, nous voyons que la retraite à Taizé à l’automne attire des lycéens. Nous imaginons que si tant de jeunes sont venus vivre avec nous la célébration des cendres qui ouvrait le carême, il en existe un nombre encore plus grand qui n’ont pas encore osé faire ce pas ou ignoraient comment le faire. Saurons-nous les rejoindre, les écouter et leur parler afin qu’ils aient des réponses de foi à leur désir intérieur de sens ? Avons-nous prévu un accueil spécifique lors des messes des Rameaux et à Pâques ? Il y a là une belle intention de prière à porter en communauté. 

 

Pour conclure ce message, je vous propose ce passage de Paul : « Nous qui sommes donc devenus justes par la foi, nous voici en paix avec Dieu par notre Seigneur Jésus Christ, lui qui nous a donné, par la foi, l’accès à cette grâce dans laquelle nous sommes établis ; et nous mettons notre fierté dans l’espérance d’avoir part à la gloire de Dieu. Bien plus, nous mettons notre fierté dans la détresse elle-même, puisque la détresse, nous le savons, produit la persévérance ; la persévérance produit la vertu éprouvée ; la vertu éprouvée produit l’espérance ; et l’espérance ne déçoit pas, puisque l’amour de Dieu a été répandu dans nos cœurs par l’Esprit Saint qui nous a été donné » (Rm 5,1-5). Jésus n’ignore pas les drames que peuvent subir ses disciples. Nous persévérons et cela demande du courage. L’auteur de l’épître aux Hébreux dit : « courons avec endurance l’épreuve qui nous est proposée, les yeux fixés sur Jésus, qui est à l’origine et au terme de la foi » (Hb 12,1-2). La source du courage se trouve dans l’intimité vécue avec Jésus par la prière et les sacrements, soutenue par notre vie ecclésiale. Certains missionnaires dans des pays lointains ont persévéré sans voir les fruits de leur travail, ainsi saint Charles de Foucault qui ne baptisa personne. Aujourd’hui les chrétiens, toutes confessions confondues, sont persécutés et brimés en Inde, en Corée du Nord, en Chine, en Iran, en Algérie, au Nicaragua et d’autres pays. Au Nicaragua, un régime anti-chrétien violent s’est instauré depuis peu dans cette terre pourtant chrétienne, les prêtres et les évêques sont emprisonnés ou ont dû partir. Les biens sont confisqués. Tant d’œuvres d’entraide et éducatives sont fermées par pure idéologie démoniaque. Comment comprendre que l’amour et la solidarité promus par l’évangile du Christ soient autant dénoncés et combattus ? « C’est par votre persévérance que vous garderez votre vie » ajoute saint Paul.

 

Aussi, en avant, allons au large à la rencontre du Christ. Nous commémorerons bientôt la mort et la résurrection du Christ et nous chanterons sa Gloire. Aussi prions les uns pour les autres, demandons la paix pour notre société qui recherche un avenir. Les armes ne peuvent sauver l’âme. Une fois fabriquées, elles ne servent en rien au bonheur des hommes. Préférons les écoles et les universités, les lieux de vie et de culture. En ouvrant nos cœurs au gens que nous croisons, nous ne laissons pas les fake-news et les prophètes de malheur saper l’envie de vivre. Je prie pour qu’avec vos charismes et vos talents, l’Église promeuve toujours la fraternité et le bien commun, c’est-à-dire le bien de chacun, quel qu’il soit.

 

Notre-Père

+ Philippe Christory, Bispo de Chartres

Prière à Jésus flagellé, par l'Abbé Désiré-Hippolyte Pinart (1806-1854)

Pourrais-je, mon doux Sauveur, douter encore de votre Amour, quand je Vous vois tout couvert de plaies et tout en sang ? Non sans doute, car chacune de Vos plaies est un garant trop certain de l'Amour que Vous me portez. De chacune de Vos blessures sort une voix qui me demande Amour pour Amour. Une seule goutte de votre sang suffisait pour me sauver ; mais Vous voulez tout le donner sans réserve, afin que, sans réserve, je me donne tout à Vous. C'en est donc fait, je me donne tout à Vous ; acceptez-moi, et aidez-moi à Vous être fidèle. 

Ô Jésus couvert de plaies, voilà donc l'état dans lequel Vous ont réduit nos iniquités ! Ô Bon Jésus, nous avons péché, et c'est Vous qui êtes puni ! Que Votre immense Charité soit à jamais bénie, et Vous-même soyez aimé comme Vous le méritez, de tous les pécheurs, et de moi en particulier qui, plus que les autres, Vous ai méprisé. Oui, mon doux Sauveur, je Vous vois tout couvert de plaies ; je regarde Votre beau visage ; mais, hélas, il me paraît horrible, livide et tout souillé de sang et de crachats. Mais plus je Vous vois défiguré, ô mon Seigneur, plus Vous me paraissez beau et aimable.Et que sont en effet toutes ces choses qui Vous défigurent, sinon des marques de la tendresse de votre Amour pour moi ? 

Je Vous aime, Jésus, couvert de plaies et déchiré pour moi ; je voudrais aussi me voir déchiré pour Vous, comme tant de martyrs qui ont eu ce bonheur. Mais si je ne puis maintenant Vous offrir des plaies et du sang, je Vous offre du moins toutes les contrariétés qui m'arriveront ; je Vous offre mon cœur, et je veux Vous aimer le plus tendrement que je pourrai. Et qu'est-ce que mon âme doit désormais aimer avec le plus de tendresse, sinon un Dieu flagellé et épuisé de sang pour moi ? Je Vous aime, ô Dieu d'Amour ! Je Vous aime, Bonté infinie ! Je Vous aime, et ne veux cesser de dire, en cette vie et en l'Autre : Je Vous aime, je Vous aime ». Amen

La mejor arma para la batalla: la educación en las virtudes de la Caballería (III)

  La mejor arma para la batalla: la educación en las virtudes de la Caballería (III) A las 11:49 AM , por  Miguel Sanmartín Fenollera       ...